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8/9/08

En el principio fue 'Spore'

Fuente: El Mundo.

Will Wright ('The Sims') presenta 'Spore', un videojuego que remeda la evolución, de la sopa primigenia a las civilizaciones. Incluso propone los viajes espaciales, a los que accedes después de masticar tierra durante horas, con el recuerdo de los tigres dientes de sable y los moratones de cada escabechina tatuados en el lomo.

'Spore' fascina por lo que supone en cuanto a salto de calidad intelectual, más allá del héroe apurado que debe salvar el mundo y rilarse a la princesa, la caza de marcianitos o las mitologías pseudomedievales. Si el grafómano es alguien que escribe del tirón y sin pausa, Wright, como los buenos escritores, trasciende la categoría: ha tardado ocho años en presentar la criatura, pero ahondando en cuestiones por lo general ajenas al mero entretenimiento.

Uno, lego en consolas, cede el juicio a Seth Schiesel, del 'New York Times'. Su opinión resume con una mueca de duda, entre el asombro y la decepción. Con los ojos quemados después de pelear con 'Spore' durante horas, Shiesel reconoce la audacia de levantar el pendón de Darwin ahora que las tribus lo niegan.

Sólo un visionario, deslumbrado por la ciencia, podía solucionar el reto de hacernos sujetos activos en la autopista que lleva del trilobite a Penélope Cruz. ¿Por qué conformarse con acuñar historias parciales pudiendo meterlo todo, del megalodon a la carrera espacial?

Una vez superado el flipe, el reconocimiento de la genial idea, descontados los magníficos gráficos, Shiesel concluye que 'Spore' sabe a poco, se queda en juguete sin llegar a juego.

El juguete pertenece al niño, que crea mundos alternativos e insufla de alma un peluche; el juego, por el contrario, seduce por sus reglas, trufadas de posibilidades: no necesita que la imaginación, tan reseca a partir de cierta edad, acuda al rescate.

O sea, viene a decirnos el experto, en 'Spore' mola más la idea inicial, su cualidad de juguete, que el desarrollo. Lo cual no significa que hablemos de un videojuego menor. Al contrario: su problema pasa por el exceso, tan superlativo en ambiciones que sólo posteriores entregas quizá logren rematarlo.

Lamento, ya que estamos, no haber probado yo mismo 'Spore', pero la impericia, y el aburrimiento que me provocan los juegos, aconsejaba ceder el testigo. Qué demonios. Hubiera necesitado siglos para superar la primera fase, condenado eternamente a pulular como luminescente babosa o calamar enano.

Y bueno, tampoco necesitas ser un Nadal del asunto para reconocerle un chorro de creatividad bien aliñada (y a Schiesel el mérito de una pieza redonda, sabrosísima incluso para alguien poco dado a leer reseñas de videojuegos).

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